5 de diciembre de 2010

El patio de los Ezeiza

Como nos gusta celebrar la belleza no sólo por afición sino también por principio, el domingo salimos con Pauline a pasear por San Telmo con el fin de hacer algunas fotos para “El Mostrador”.
Contentas y orgullosas íbamos, de habitar estas calles, librerías, bares y supermercados chinos. Y nuestros ojos hurgadores de buenas vecinas santelmenses, ávidos de sucesos inesperados y extrañezas, se engolosinaron como siempre con un banquete que otros barrios (a excepción de La Boca) no saben servir.
Íbamos pensando, y aún más, poniendo la idea en gestos soleados y complacientes como quien intenta aferrarse al aquí y ahora en plena conciencia: “Tenemos suerte de vivir en San Telmo”.





Fuimos a comer un choripán y a saludar a nuestras amigas del bar “El secreto”, donde tomamos una cerveza roja y conversamos a antojo. Al rato partimos por Carlos Calvo hasta Bolívar, sin dejar de admirar primero la barra de “El federal”, con su arcada de madera labrada abrazando quesos y tazas humeantes, coronada de un reloj acaso más viejo que el polvo acumulado sobre la hilera de botellas.
A cada metro un mural, zaguán o balcón nos hacía detener para sacar una foto. ¡Y nuestros kioscos de diarios y revistas! Esos arbustos de letras que crecen en las veredas de la ciudad, canteros de mil formas y colores ocultando en su corazón al canillita madrugador; el primero en despertar, el mago conocedor como nadie del plano urbano y capaz de disponer bellamente mil volúmenes en un espacio ínfimo.

En la librería “El Rufián Melancólico” encontramos pilas de libros y revistas amarillentas, muñecos de papel maché colgados del techo, un gato durmiendo en la vidriera y discos de Tom Jones entre diminutos poemarios y álbumes familiares del 50’ que quién sabe cómo fueron a parar allí; recuerdos fotográficos de un viaje a las sierras cordobesas, de un joven matrimonio y sus amigos, quienes seguramente ya se han expelido de este mundo.





Doblamos por Chile y a mitad de cuadra recorrida oímos salir de algún bar una melodía tango-flamenca cuya fusión de ritmos nos costó desentrañar entre tarareos a coro. Al fin llegamos a Defensa desde donde fotografié la arboleda que sigue por Chile hasta Paseo Colón viendo pasar la corriente continua de gente por la parte inferior del cuadro como si se tratara de un efecto escenográfico. El oleaje de gente con mochilas y cámaras, gente sola o acompañada, tomada de la mano o yendo en grupos, hablando en lenguas desconocidas y otras familiares, yendo expectantes de todo. Y Pau en el cruce de ambas calles ofreciendo sus volantes a la voz de: “¡Esta noche en San Telmo!”, “¡Orquesta Típica de Tango esta noche en San Telmo!”.

Subimos por Defensa hasta llegar a la “Galería de la Defensa” y de pronto recordé que había estado allí de paseo con mi familia cuando era muy chica. Entonces me vino a la mente la percepción que había tenido de ese espacio, y caí en la cuenta de que fue muy similar a la que hoy tengo, sólo que acentuada en aquellos años por el catalizador natural que es la visión infantil.





Esa vez, San Telmo me pareció un lugar fantástico donde los esfuerzos de imaginación no eran necesarios. Un lugar lleno de fantasmas y conejos blancos invitándonos a caer por el pozo del tiempo y sus residuos, elementales para comprender el presente ya no como un tiempo huérfano sino como un tiempo inserto en una genealogía de épocas. Y recuerdo a la gente de San Telmo en sintonía con el ambiente: cálida y receptiva. 
Rememoré que dentro de la galería, más precisamente en “El patio de los Ezeiza”, había una mujer invitándonos a hacerle una pregunta al I-Ching como para espiar el futuro desde la coordenada de tiempos que allí tenía lugar ¿Qué le hubiera preguntado? ¿Qué me hubiera respondido?
Recordé también que otra señora vendía objetos envueltos en papel de regalo. Quien decidía llevar uno, compraba por un precio fijo un paquete misterioso sin saber qué contenía. Compraba una sorpresa. Una idea que ahora comprendo bien. La vida no está hecha sólo de nuestras elecciones y decisiones sino también de las que los demás hacen sobre nosotros y el mundo.





Salimos de esa casona repleta de secretos y misterios interminables (¿Qué es la vida sin el misterio?) y continuamos nuestro rumbo itinerante a través del laberinto adoquinado de San Pedro Telmo. Perdidas entre el gentío y su murmullo ininteligible, como nos gusta.


“De noche o de día
Estas calles son como blandos brazos
Que nos conducen a un pecho templado
Por la tibia flama de la pertenencia”.


Celeste Blanco

1 comentario:

Seguridad Electronica DG dijo...

Quedé atrapada por el contenido de éstas palabras elegidas para crear sensaciones. Gracias,Celeste!