30 de diciembre de 2010

Noche de verano - víspera de año nuevo



Si "vivir es cambiar", dijo un poeta, 
yo vivo siempre con el cambio puesto. 
Salvando lo que vale, sin recetas 
y jugándolo todo por el resto. 

Si vivre c'est changer, a dit un poète, 
Moi je vis toujours avec l'effet du changement sur moi. 
Sauvant ce qui a de l'importance, sans avoir recours à des solutions 
toutes faites, 
Et risquant le tout pour le tout en ce qui concerne tout le reste. 

Y así cruzo otro año con el sueño 
de que es posible mejorar la vida. 
Porque de nuestros actos somos dueños 
y a la fe no la damos por vencida. 

Je passe d`une année à l'autre, en rêvant 
qu'il est possible d'améliorer la vie. 
Parce que nous sommes toujours maîtres de nos actes 
Et que d'espoir, nous ne nous tenons pas pour vaincu. 

Si vivir es cambiar: viva la vida! 
Y que cambie la suerte del que avanza 
por el mundo cerrando sus heridas, 

Si vivre c'est changer, alors vive la vie ! 
Et que change la chance de celui qui avance 
dans le monde en fermant ses blessures, 

para abrirle camino a la esperanza. 
Y si no, nunca darla por perdida. 
Que el que lucha, no llora ni descansa. 

Pour ouvrir un chemin à l'espérance. 
Et si non, ne jamais la donner pour vaincue. 
Car celui qui lutte, ni ne pleure ni ne se repose. 

Héctor Negro 
Décembre 2008 
Traduction Denise Anne Clavilier



Agradecimientos : Solange Bazely, por compartir conmigo este hermoso poema.

Dinamarka - arte callejero

A nuestros amigos seguidores del Mostrador, 
te invitamos a compartir acá las imágenes que ves en la calle, 
graffitis, afiches, arte.







Ciudad de Aalborg, Dinamarka, agosto del 2010
Pauline Nogues

18 de diciembre de 2010

El malabarista

Hace poco en el tren vi a un artista de circo sentado en el suelo aprestando unas clavas.
Es común que yo vaya pensando. Todo el mundo lo hace. En mi caso voy pensando en cómo destilar lo maravilloso del mundo que, en ciertos días, se me presenta un poco deslavado. Y luego, por supuesto, pienso en cómo poner esos hallazgos caprichosos de mi subjetividad, en palabras. Pienso en la métrica poética, que ignoro, y en si servirá para calcular la trayectoria de un meteorito tal como los números son capaces de hacerlo, o pienso en si la palabra “tren” corresponderá exactamente al objeto que refiere. Inmediatamente imagino a Saussure diciendo: ¿cuántas veces tendré que repetir que el signo es arbitrario? No obstante se me ocurre que las rimas podrían ser prolongaciones lingüísticas de cadenas cromosómicas, por ejemplo. Le guste o no a Saussure.
Mientras pienso veo por la ventanilla el paisaje ralo y los barrios que le dan la espalda a las vías. Siempre me parecen tristes los barrios desde el tren, o tristes las familias que habitan esas casas. Adormecida por el ritmo monocorde del vagón y las secuelas de una jornada frente a la computadora, veo al artista en el suelo comenzar a maniobrar una de sus clavas. Es automático lo que me sucede, no puedo dejar de mirar sus manos y la clava girando suave, parejito como si lo hiciera sobre un eje invisible. Me dejo ir en esa armonía y no quiero que termine. –No se puede hacer eso con palabras-, pienso con cierta recurrencia a mi preocupación lingüística.
El malabarista consigue de un momento a otro en medio de la cotidianidad gris, un acceso de perfección, un portal por donde de repente se cuela el equilibrio mismo. Sus manos y la clava son una suerte de síntesis entre técnica y azar, ¡entre tenacidad y azar! De repente veo con claridad una idea que se podría resumir en esto: la perfección admite errores, el error no quita potestad a lo que es perfecto: Pienso en Maradona, en la ausencia de pigmentación, en los accidentes geológicos. En un momento la clava se cae pero eso no importa, el malabarista la levanta y la devuelve a esa órbita aceitada entre sus dedos, que es donde ella recobra su sentido último. Se me ocurre que si algún niño estuviera viendo la escena, creería que la clava tiene voluntad propia. Es como el rollo del equilibrio en la bicicleta, ¿qué es lo que de golpe hace andar a la bicicleta? ¿La bicicleta misma? ¿Quien la conduce? ¿El movimiento? ¿La velocidad? ¿El equilibrio entre qué y qué? ¿Cuál es el equilibrio de las palabras? ¿La literatura? ¡Por algo al dramaturgo Alfred Jarry le gustaban tanto las bicicletas!

Viendo al malabarista pienso en la sabiduría de sus manos, que en realidad acompañan el curso del objeto en movimiento sin forzarlo, las manos y el objeto como una pareja de bailarines. A propósito, nunca aprendí a bailar un baile de a dos. Recuerdo muy oportunamente las palabras de un surfista que conocí, sabias palabras, y me pregunto ¿Dónde es que fluyo? Me pregunto si mis palabras tendrán la sabiduría necesaria para no perturbar el latido de las cosas corrompiendo el sentido que las funda. Si como el surfista que espera paciente la ola que lo alce sobre el mar, dejándose tumbar por las que lo rechazan una y otra vez, si así escribiré sólo lo que deba ser dicho. Imagino unas palabras modeladas por el viento de la misma forma en que éste encrespa o aplaca las olas. Pero no sé si tengo esas palabras. No sé si alguien las tenga. Ni si sean las palabras, fieles a la belleza.

Y me animo a decir dos cosas tal vez contradictorias. Seremos los poetas unos eternos reincidentes del lenguaje, esperando pacientes las palabras que nos alcen por sobre la infamia, pero también, basta con mirar a un malabarista para entender muchas cosas aunque poco se conozca del lenguaje.


Texto: Celeste Blanco
Fotografía: Guillermo Salvo. http://www.flickr.com/photos/salvoguille


5 de diciembre de 2010

El patio de los Ezeiza

Como nos gusta celebrar la belleza no sólo por afición sino también por principio, el domingo salimos con Pauline a pasear por San Telmo con el fin de hacer algunas fotos para “El Mostrador”.
Contentas y orgullosas íbamos, de habitar estas calles, librerías, bares y supermercados chinos. Y nuestros ojos hurgadores de buenas vecinas santelmenses, ávidos de sucesos inesperados y extrañezas, se engolosinaron como siempre con un banquete que otros barrios (a excepción de La Boca) no saben servir.
Íbamos pensando, y aún más, poniendo la idea en gestos soleados y complacientes como quien intenta aferrarse al aquí y ahora en plena conciencia: “Tenemos suerte de vivir en San Telmo”.





Fuimos a comer un choripán y a saludar a nuestras amigas del bar “El secreto”, donde tomamos una cerveza roja y conversamos a antojo. Al rato partimos por Carlos Calvo hasta Bolívar, sin dejar de admirar primero la barra de “El federal”, con su arcada de madera labrada abrazando quesos y tazas humeantes, coronada de un reloj acaso más viejo que el polvo acumulado sobre la hilera de botellas.
A cada metro un mural, zaguán o balcón nos hacía detener para sacar una foto. ¡Y nuestros kioscos de diarios y revistas! Esos arbustos de letras que crecen en las veredas de la ciudad, canteros de mil formas y colores ocultando en su corazón al canillita madrugador; el primero en despertar, el mago conocedor como nadie del plano urbano y capaz de disponer bellamente mil volúmenes en un espacio ínfimo.

En la librería “El Rufián Melancólico” encontramos pilas de libros y revistas amarillentas, muñecos de papel maché colgados del techo, un gato durmiendo en la vidriera y discos de Tom Jones entre diminutos poemarios y álbumes familiares del 50’ que quién sabe cómo fueron a parar allí; recuerdos fotográficos de un viaje a las sierras cordobesas, de un joven matrimonio y sus amigos, quienes seguramente ya se han expelido de este mundo.





Doblamos por Chile y a mitad de cuadra recorrida oímos salir de algún bar una melodía tango-flamenca cuya fusión de ritmos nos costó desentrañar entre tarareos a coro. Al fin llegamos a Defensa desde donde fotografié la arboleda que sigue por Chile hasta Paseo Colón viendo pasar la corriente continua de gente por la parte inferior del cuadro como si se tratara de un efecto escenográfico. El oleaje de gente con mochilas y cámaras, gente sola o acompañada, tomada de la mano o yendo en grupos, hablando en lenguas desconocidas y otras familiares, yendo expectantes de todo. Y Pau en el cruce de ambas calles ofreciendo sus volantes a la voz de: “¡Esta noche en San Telmo!”, “¡Orquesta Típica de Tango esta noche en San Telmo!”.

Subimos por Defensa hasta llegar a la “Galería de la Defensa” y de pronto recordé que había estado allí de paseo con mi familia cuando era muy chica. Entonces me vino a la mente la percepción que había tenido de ese espacio, y caí en la cuenta de que fue muy similar a la que hoy tengo, sólo que acentuada en aquellos años por el catalizador natural que es la visión infantil.





Esa vez, San Telmo me pareció un lugar fantástico donde los esfuerzos de imaginación no eran necesarios. Un lugar lleno de fantasmas y conejos blancos invitándonos a caer por el pozo del tiempo y sus residuos, elementales para comprender el presente ya no como un tiempo huérfano sino como un tiempo inserto en una genealogía de épocas. Y recuerdo a la gente de San Telmo en sintonía con el ambiente: cálida y receptiva. 
Rememoré que dentro de la galería, más precisamente en “El patio de los Ezeiza”, había una mujer invitándonos a hacerle una pregunta al I-Ching como para espiar el futuro desde la coordenada de tiempos que allí tenía lugar ¿Qué le hubiera preguntado? ¿Qué me hubiera respondido?
Recordé también que otra señora vendía objetos envueltos en papel de regalo. Quien decidía llevar uno, compraba por un precio fijo un paquete misterioso sin saber qué contenía. Compraba una sorpresa. Una idea que ahora comprendo bien. La vida no está hecha sólo de nuestras elecciones y decisiones sino también de las que los demás hacen sobre nosotros y el mundo.





Salimos de esa casona repleta de secretos y misterios interminables (¿Qué es la vida sin el misterio?) y continuamos nuestro rumbo itinerante a través del laberinto adoquinado de San Pedro Telmo. Perdidas entre el gentío y su murmullo ininteligible, como nos gusta.


“De noche o de día
Estas calles son como blandos brazos
Que nos conducen a un pecho templado
Por la tibia flama de la pertenencia”.


Celeste Blanco

4 de diciembre de 2010

Pintadas de San Telmo - Buenos Aires































                                        


























"La noche que me quieras
desde el azul del cielo,
las estrellas celosas

nos mirarán pasar".


(Gardel - Lepera)